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9 Months Pregnant in Gaza: Aisha’s Story

Me llamo Aisha. Tengo 27 años. El 7 de octubre de 2023, mi vida cambió para siempre. Aquella mañana, mientras caían las primeras bombas sobre mi ciudad, descubrí que estaba embarazada de mi primer bebé. La alegría y el miedo se entrelazaron en mi corazón y, desde entonces, cada latido ha estado marcado por la incertidumbre y la esperanza.

En los primeros días de conflicto, el caos era absoluto: explosiones, muerte, ataques aéreos que arrasaban cafés, casas, escuelas, y un éxodo masivo de personas buscando un refugio imposible. Mi familia y yo nos vimos obligados a abandonar nuestro hogar en la ciudad de Gaza, llevándonos solo lo puesto. Nos dirigimos al sur, hacia Rafah, donde encontramos un refugio temporal en una escuela abarrotada. Vivíamos en condiciones no aptas para la vida, sin aseos ni un lugar para la intimidad.

Los primeros meses de embarazo transcurrieron entre el ruido ensordecedor de las bombas y el miedo constante a perder a mi bebé. Cada día era una lucha por la normalidad en medio de la devastación. No teníamos agua potable y casi nadie tenía acceso a ella. A veces, tenía que caminar largas distancias para conseguir un poco de agua para beber. Los camiones cisterna venían a repartir agua potable. Tenía que buscar un bidón para llenarlo y llevarlo a casa. Los artículos de uso cotidiano que solíamos tener en nuestro cuarto de baño —champú, jabón, pasta de dientes— nos los tuvieron que suministrar.

El invierno fue muy duro. Las noches eran gélidas. El frío se colaba por las grietas de las paredes improvisadas del refugio, calando hondo en mis huesos. Mi salud empezó a deteriorarse y, con ella, mi esperanza. Afortunadamente, recibimos mantas y abrigos que nos ayudaron a soportar las noches gélidas. La comida extra era crucial para mí y para mi futuro bebé, ya que los susurros del hambre —28 niños muertos por desnutrición— se hacían más fuertes con cada bomba. 

Cuando llegué al cuarto mes de embarazo, la falta de agua limpia y jabón hacía casi imposible mantener una higiene básica. Ya lo había perdido todo: familia, amigos, mi casa, mi dignidad. Tenía hambre, sed y estaba débil. Necesitaba comer bien, pero hacía meses que no veía una verdura fresca. Caer enferma en medio de semejante catástrofe fue una de las peores experiencias de mi vida, pero las clínicas móviles comunitarias me proporcionaron suplementos nutricionales y atención ambulatoria. Intenté no pensar demasiado en cuántas futuras madres ni siquiera tuvieron la oportunidad de acceder a ese apoyo.

Cada vez que creíamos encontrar un lugar seguro, los bombardeos nos obligaban a desplazarnos de nuevo. Apenas teníamos para comer… ya no encontrábamos alimentos, todo estaba destruido. Gaza se volvió gris e inhabitable. Solo quedaban los recuerdos. Me apunté a uno de los programas de nutrición a largo plazo diseñados para mujeres embarazadas. Me ayudó a mantenerme estable. En una de las pocas noches en que encontré electricidad para cargar el móvil, leí en las noticias que el 45% de las mujeres embarazadas de Gaza sufrían desnutrición. Ojalá el mundo entendiera lo que es la desnutrición.

Cada día seguía siendo una lucha por mantenerme fuerte, no solo por mí, sino también por mi bebé. Mientras las órdenes de evacuación descendían del mismo cielo que lanzaba bombas, no tuvimos más remedio que huir una vez más. Empujados hacia el centro de Gaza, rodeados de millones de familias desplazadas, huimos a Deir al-Balah. La antaño vibrante ciudad estaba repleta de tiendas de campaña y montañas de basura que sobresalían entre las estructuras de escombros. Las cocinas comunitarias garantizaban raciones de comida caliente, esenciales para nuestra supervivencia. Pero yo pensaba en el día en que pueda volver a preparar mi propia comida.

A medida que se acercaba el final de mi embarazo, me preguntaba si existía un lugar seguro y limpio para dar a luz. La situación sanitaria en los refugios seguía siendo precaria, con cientos de miles de casos de sarna, piojos y diarrea. La atención prenatal adecuada era casi inexistente, ya que la mayoría de las clínicas y hospitales eran esqueletos de su antiguo ser, aplastados contra el suelo. Se establecieron zonas de parto dentro de los refugios, pero yo quería ser atendida por mi médico.

A pesar de todo, sigo adelante con la esperanza de que mi hijo nazca en un mundo mejor. Es mi propia fuerza —junto a la de mi comunidad— la que ha permitido nuestra dura supervivencia. Me llamo Aisha, y aunque esta es mi historia, representa la de cientos de mujeres embarazadas de Gaza que, como yo, luchan a diario por un futuro para sus hijos.

 

 

* La historia de Aisha se basa en los testimonios de mujeres embarazadas y lactantes ayudadas por Acción contra el Hambre en los Territorios Palestinos Ocupados. Acción contra el Hambre cuenta con programas de nutrición para mujeres embarazadas y lactantes, cocinas comunitarias y clínicas móviles que proporcionan atención básica. La organización también proporciona kits de higiene, acceso a agua potable, y artículos como mantas y ropa de abrigo. A pesar de las dificultades extremas, Acción contra el Hambre ha llegado a más de 900 000 personas con actividades de nutrición, distribución de alimentos y servicios de agua, saneamiento e higiene desde octubre de 2023 en Gaza, donde los equipos llevan trabajando desde 2005.

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